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Tiempo de Lectura:3 Minutos, 9 Segundos

Este relato podría justificarse como una actividad planificada en clase, pero confieso que simplemente ocurrió, por esas cuestiones de pura casualidad que surgen cuando disfrutamos de nuestro trabajo y la vida fluye a sus anchas.

Diré, para presentarme y ubicar el escenario de mi historia, que soy Laura Czombos de Laloma, maestra de un colegio en el Chaco argentino. Una mañana como tantas otras pasó por nuestro colegio Doña Leopolda, mujer aborigen que cada dos o tres semanas visitaba Charata ofreciendo diversas mercancías para hacerse con algo de dinero. Así vivía Leopolda, de camino en camino y de pueblo en pueblo con su carga de objetos artesanales, alimentos, historias y ternura. 

En el bullicio de un recreo los chicos vieron a la mujer, que aquel día estaba especialmente cargada de bolsas, y formaron a su alrededor un tumulto de curiosa ansiedad. Entonces se me ocurrió invitarla a entrar, y Leopolda dio una clase espontánea que iba desarrollándose al ritmo de las preguntas de los niños. Primero fue acerca de todo lo que llevaba ella para vender. Después ya en confianza, hubo muchas preguntas sobre dónde había nacido, cómo era su casa, cuántos eran en su familia, que hacía cada uno, y un torbellino de cuestiones que la mujer iba respondiendo, tímida y entrecortadamente al principio, y con serenidad, soltura y guiños cómplices después. 

Pero aquello no acabo ahí. Diría que apenas fue la excusa para que se desencadenara todo: al observar un plato de barro, los chicos pronunciaron las palabras mágicas “¿Cómo se hace?

Doña Leopolda nos regaló los secretos de la técnica que había heredado de sus abuelos y sus padres, y también el calor del entusiasmo con que honraba esa memoria. Así que fuimos tomando nota de la receta: necesitaríamos tierra negra y serrín fino, habría que amasar bien, luego hacer el barro, después modelar, darle forma (Leopolda nos asesoró sobre cómo realizar esta delicada tarea), y finalmente venía la ceremonia del horneado, por supuesto en horno de barro, con fuego muy suave.

Leopolda se marchó, nosotros fuimos consiguiendo todo, y entre los niños y algunas madres nos pusimos manos a la obra: con la tierra (tres cuartos), el serrín (un cuarto) y agua suficiente hicimos la mezcla, y fue bonito ensuciarse con tanto esmero, no por el hecho de ensuciarse sino para “trabajar el barro con Doña Leopolda”. Gracias a la técnica de nuestra amiga aborigen, hicimos colgantes móviles que hoy adornan el hogar de cada uno de nosotros, y también platitos que decoramos con mucha creatividad.

En el siguiente viaje que hizo Leopolda a Charata tuvo su merecido homenaje. Como testimonio de afecto, nuestra ilustre visitante recibió de manos de los niños una primorosa vasija hecha por ellos, y varias bolsas repletas de mercancías y ropa para su familia. Fue una justa retribución por la “clase magistral” de amor y técnicas de alfarería que nos había querido brindar

Por: Laura Czombos.

“RECUERDA: LO LEISTE PRIMERO EN PULSO PYME”

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* Nota editorial Final: 

Muy Estimada Laura Czombos, Edgardo Epherra y Adrian Balajovsky: Si de casualidad se enteran que hemos transcrito su anécdota y les interesa participar de alguna forma con nosotros en PULSO PYME, por favor pónganse en contacto conmigo. ¡Gracias!

Agradecemos la transcripción y publicación autorizada por la editorial EDIBA S.R.L. exclusivamente para PULSO PYME. Para más detalles y materiales visitar: www.ediba.com  

 

Bibliografía:

EDGARDO ARIEL EPHERRA  y  ADRIAN BALAJOVSKY. Un recreo para el corazón. Obras Maestras. Historias, anécdotas, conversaciones y testimonios. Narrados por docentes para entibiar el alma, sonreír y seguir creciendo. Editorial EDIBA. Argentina,  Bahía Blanca. 2004. Pp.: 120  –  121.

Imágenes: Cortesía de PIXABAY

 

 

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