La primera vez que escuché la sentencia “el que no transa no avanza” me quedé desconcertado, la hacía un estudiante que con un toque de sarcasmo, cinismo y “tono educativo” deseaba mostrarme que tenía que ceder a su ruego y hacer algo indebido. Primero tuve el impulso de contestarle una barbaridad y reaccionar con indignación y molestia, afortunadamente me contuve, reflexioné por unos segundos y contesté algo que hoy celebro.
Si revisamos la definición de transar en el diccionario de la Real Academia Española leeremos, como primera acepción: “Transigir, ceder, llegar a una transacción o acuerdo”. Ante ese significado era evidente que el muchacho tenía razón, pero ¿por qué entonces mi indignación? Porque esa no es la forma como comúnmente usamos esa palabra en México, no sólo eso, lo que escuchamos no es transamos tal o cual acuerdo, escuchamos de manera categórica, vil y triunfante “me los transé”
Efectivamente, si nos guiamos y aceptamos la primera acepción la sentencia es muy prudente, de hecho, la vida misma es una cadena constante de negociaciones. Lo seres humanos coexistimos con intereses distintos, en ocasiones opuestos, pero pretendemos vivir armónicamente en una sociedad en la que podamos ser libres. Esto tiene un precio, la responsabilidad, pero también tiene una recompensa, la confianza, es decir, logramos acuerdos que se cumplen.
Negociar es de extrema relevancia, sobre este tema aparecen cientos de libros, cursos y diplomados. En matemáticas y economía hay ejemplos de trabajos rigurosos de gran importancia, el celebrado matemático John Nash recibió en 1994 el premio Nobel de Economía fundamentalmente por la trascendencia de un teorema que hoy se conoce como el equilibrio de Nash. Fue tan celebrado su caso que se hizo muy popular con el éxito de la película “Mente Brillante”.
Con trabajos como el de Nash es posible, en muchos casos, automatizar negociaciones de tal manera que todos los participantes salgan con la certidumbre de no haber podido obtener más de lo que lograron y, sin duda muy importante, sin grandes desgastes emotivos.
Negociamos personas, empresas, países. Los resultados de las negociaciones pueden generarnos muchos beneficios colectivos, mucha riqueza compartida que se extiendan indefinidamente. Conducen a una convivencia donde es posible planear a largo plazo con un riesgo estimable y que podamos reducirlo, de tal manera, que sea posible confiar en un futuro deseable y alcanzable.
Pero si negociar es tan importante ¿Cómo es posible que los mexicanos le demos tan deplorable significado a la palabra? ¿Cómo se sientan a la mesa de negociación tantas personas, con qué intenciones, para llegar a esa conclusión tan compartida? En muchas ocasiones es necesario esperar para tener la recompensa deseada, hay una demora, esta puede generar desesperación y propiciar la búsqueda de atajos que hagan más breve la demora, que alienten a la trampa.
Pero, basar las negociaciones en trampas, engaños o abusos no conduce a relaciones duraderas y eventualmente el costo a pagar es muy caro, casi siempre intangible.
Infelizmente darse cuenta de esto requiere de una visión holística que no es común en una sociedad donde privilegiamos intereses personales.
Hago esta reflexión y paralelamente doy mi conclusión, misma que usé como la respuesta a ese alumno. Efectivamente, el que no transa no avanza, hay que negociar y llegar a transacciones. Pero de tal manera que las partes acepten las normas establecidas para la negociación, los intereses propios y de las distintas partes; una negociación así tiene la posibilidad de perdurar, los negociantes generaran el sentimiento de confianza necesario para futuras transacciones. Construyamos un mejor futuro que eventualmente será nuestro presente.
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