“Ford fue fundada en 1903 con 28.000 dólares aportados por doce inversionistas, entre los que se incluía el socio que le dio nombre a la compañía, Henry Ford, que por aquel entonces contaba con 40 años de edad.
En sus primeros años, Ford producía unos pocos coches por día en su fábrica en la avenida Mack en Detroit, Míchigan. Poco a poco, la Ford Motor Company continuaría creciendo hasta ser una de las compañías más grandes y lucrativas del mundo, trascendió como una de las empresas que logró sobrevivir a la Gran Depresión de los años 30.
En 1908, lanzó el modelo Ford T, cuya primera unidad fue fabricada en la Planta Manufacturera de Piquette. La compañía tuvo que trasladar sus instalaciones de producción a la Planta de Highland Park, para satisfacer la demanda del nuevo modelo T. Hacia 1913, la compañía había desarrollado todas las técnicas básicas de línea de producción y producción en masa. Ford creó la primera línea de producción móvil del mundo ese año, la cual redujo el tiempo de ensamblaje del chasis de 12 horas y media a 100 minutos… Si bien se le suele dar el mérito a Ford por esta idea, las fuentes contemporáneas indican que el concepto y su desarrollo partió de los empleados Clarence Avery, Peter E. Martin, Charles E. Sorensen y C.H. Wills.”[i]
En este siglo XXI la mayor parte de las organizaciones en todo el mundo, tanto las instituciones como los sectores de la sociedad, están experimentando una transformación sustancial. Se dice, y con sobrada razón, que las corporaciones están viviendo un proceso de reestructuración, en un esfuerzo para llegar a ser más competitivas globalmente.
Como empresarios, estamos obligados a poner atención en la esencia de esa reestructura. Es parte del cambio, claro está, pero debemos comprender que ese cambio no es algo nuevo. Lo novedoso es el ritmo en que avanza, la velocidad con que se mueve.
En una perspectiva mundial, algunos síntomas evidentes del cambio son la globalización abierta de los mercados, la formación de los bloques económicos en diversos continentes, los tratados comerciales internacionales, el desarrollo de los “siete tigres” o economías asiáticas, la fusión europea, etcétera.
En el panorama nacional, los cambios más importantes están dándose en la apertura comercial de nuestras fronteras, en la firma de acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y similares, en la transición de una economía cerrada y proteccionista a otra de interrelación comercial con el mundo, etcétera.
Estos fenómenos hablan de una tendencia claramente enfocada en el desarrollo comercial de todo el mundo. Y aunque en Latinoamérica la apertura todavía no alcanza el nivel que para nosotros sería deseable, lo cierto es que existe ya la voluntad de trabajar en aspectos tan importantes como la desregulación y la facilitación de trámites, por citar un ejemplo.
Los cambios son obvios en el salto de la economía proteccionista a la apertura. Pero lo más importante, lo que no debemos perder de vista, es el ritmo con que se dan.
Goethe ha dicho que cada hombre sólo tiene suficiente fuerza para completar aquellas tareas de cuya importancia está plenamente convencido. En otras palabras: si no estamos verdaderamente convencidos de la importancia de lo que hacemos, si no somos capaces de entender el cambio como una constante, entonces no será posible para nosotros llevarlo a cabo.
CAMBIO + INNOVACIÓN=CRECIMIENTO=ÉXITO
La clave del éxito en una empresa difiere para cada empresario; el definir que es una empresa con “éxito” consideraría el liderazgo en el mercado, el flujo de efectivo y buenas utilidades para los accionistas. Personalmente creo que pueden existir diferentes tipos de “éxito”; ya que en el mundo podemos encontrar empresas que se encuentran con el posicionamiento adecuado para no buscar un mejor estatus, donde se tienen los mejores indicadores financieros y por lo mismo, ya no están tomando riesgos por lo que reflejan muy buenos resultados de corto plazo, por lo cual el fracaso puede tomarles por sorpresa.
En este caso, se podría pensar que las razones financieras no son un indicador confiable del éxito de una empresa, ya que al llegar al punto de estabilidad las variables del entorno en una empresa pueden cambiar de la noche a la mañana.
En franquicias la situación puede ser parecida; si tenemos una empresa que ya ha otorgado un gran número de unidades, que ya no tiene la necesidad de expandirse a otros territorios o está seguro que el lugar “donde está” es el escenario ideal para la empresa, probablemente se encontrará con una derrota en el corto o largo plazos.
Por ello afirmo que como empresarios debemos tener en mente que el éxito no es el principal objetivo a alcanzar, sino un proceso, es la actitud o el estado de ánimo, en otras palabras: el éxito es relativo. Spencer Johnson (autor de ¿quién se ha robado mi queso?) afirma que nadie es exitoso siempre, ni es un fracaso siempre, por lo que considero que la clave no es buscar que la organización tenga éxito de por vida, sino que tenga una actitud exitosa, que persista en su búsqueda de valor.
Cuando una organización, franquicia o negocio propio tiene la mejor “actitud exitosa” es porque seguramente existen dos variables fundamentales: la Flexibilidad, que se traduce en su capacidad de ser pro-activa; donde aceptan, predicen y se anticipan al cambio; y la capacidad de auto-controlarse de acuerdo a sus predicciones. Es cuando también mantienen una buena visión a corto y largo plazos, el estado donde la pro-actividad y la capacidad de toma de riesgo ante la visión de los acontecimientos futuros, pero al mismo tiempo, donde se tiene la capacidad de predecir el éxito de sus acciones, de controlar los resultados esperados y constantemente ir adaptando sus estrategias.
Al respecto, un experto catedrático y miembro del IPADE nos dice: “Dice un dicho popular que las dos situaciones más difíciles de manejar en la vida son el éxito y el fracaso, y que no hay peor peligro que el éxito. El dicho tiene una gran sabiduría, ya que el éxito trae consigo la complacencia y el miedo a perderlo”.
Cuando una empresa llega a la etapa antes descrita, es difícil mantenerse en el perfecto balance de flexibilidad y control, es normal que conforme pasa el tiempo se deslice hacia un lado o el otro, y lo más común es que existan controles excesivos, lo cual hará que la innovación y capacidad de toma de riesgos disminuya.
El delicado equilibrio entre innovación, flexibilidad y toma de riesgos acertada deben conjugarse perfectamente con los controles necesarios, así como la capacidad de predecir con suficiente tiempo para actuar y obtener buenos resultados. Para que se llegue a este objetivo hay que trabajar constantemente, por lo cual debemos entender, aceptar y anticipar los cambios. Seamos sensibles a lo que nos rodea, y mantengamos por siempre la humildad para escuchar. Termino mi participación con una frase del sacerdote y filósofo español Jaime Balmes que dice: “Para las cosas grandes y arduas se necesitan combinación sosegada, voluntad decidida, acción vigorosa, cabeza de hielo, corazón de fuego y mano de hierro”.
[i] Fuente: Lewis, Ford pp-44-49