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Recientemente, y no hace mucho de eso, un amigo joyero, sí de esos que se dedican a la compra venta y tallado de joyas, se acercó apesadumbrado a mí oficina con una rara solicitud: -¿Me podrías hacer un gran favor…?

caja fuerteA lo que prontamente contesté sin la menor duda o dilación: -¿De que se trata, con gusto…? Para eso son los amigos…

-Necesito dejarte encargadas unas joyas muy valiosas, para que me las guardes y cuides unos pocos días, ya que en este momento no tengo suficiente espacio para guardarlas en mi caja fuerte y la tuya, en estos ajetreados días, parece ser más segura que la mía. –Me dijo en forma bastante segura mí amigo.

Y, como buen amigo que era, no me pude negar ante tan importante solicitud de él.

A continuación, mí amigo abrió su viejo portafolio, el cual, había mantenido en su regazo mientras platicábamos en mí humilde oficina.

Después de haberlo abierto, sacó de su interior tres bellos estuches de piel y los colocó delicadamente en el escritorio, procediendo una vez hecho esto a cerrar su portafolio y a colocarlo en el piso junto a sus piernas.

Me indicó que el valor de las joyas que me dejaría encargadas era sumamente elevado e incalculable y que sólo a mí me las podría dejar a guardar celosamente: –Sabes, cada una es muy valiosa y tienen su propia historia.

El primer estuche, de piel tersa y dorada, me percaté contenía la más hermosa “esmeralda” que yo hubiera alguna vez visto, originaria de un remoto reino. –Su nombre, -me dijo a continuación mí amigo, es: –Danny, en honor a una bella princesa nacida hace miles de años en Jerusalén, y cuyos padres reinaron durante muchos años con gran reconocimiento y cariño por parte del pueblo. Y sabes: -continuó expertamente comentándome mí amigo, -No había durante la época en que ella vivió, príncipe de los reinos cercanos o lejanos, que no quisieran esposarla. Las razones eran obvias, por su belleza y por la oportunidad de algún día suceder a su padre, el rey, en el trono del basto y prospero reino.

El segundo estuche que abrió, estaba confeccionado también en piel, pero esta era de color negro azabache con brillantes filos plateados, contenía un gigantesco diamante en bruto, el cuál, también tenía su propia historia, me indicó conocedoramente mi buen amigo. Además, según me contó al mostrármelo, el diamante procedía a su vez de distantes y remotas tierras africanas donde fue extraído de una gran mina hacía muchos siglos. El dueño de la mina, un adinerado gambusíno y terrateniente en la rica comarca minera, lo había decidido conservar en su estado natural para poderlo admirar junto a sus más cercanos familiares. La leyenda contaba que a los trabajadores y peones del bonachón propietario de las minas, los trataba con gran amabilidad y respeto. Y, los apoyaba en todo, escuela para los niños, gastos médicos y todo lo necesarios para un sustento decoroso. Razón por la cual era adorado por todos ellos.

Cuando le pregunté intrigado a mi amigo si el bello diamante no tenía nombre, el conocedoramente me comentó, que sí, y que su nombre era: -Alan, en honor al hijo menor del gran líder del clan familiar.

Por último, mí compañero e inclusive viejo amigo desde la infancia, abrió lentamente el último de los tres estuches frente a el. Este, era de color rojo púrpura y estaba también confeccionado en una fina y tersa piel. Dentro del tercer estuche se hallaba un preciso rubí de perfecto acabado y brillantes dimensiones. La exquisita joya relucía en todo su esplendor y tenía una forma ovalada que la hacía ver inmaculada. Era una joya digna de la corona de cualquier rey en cualquier reino o en cualquier época. Tenía en su particular historia una característica muy singular y extraña, sus dueños a través de los siglos, nunca la quisieron montar después de haber sido perfectamente pulida, lo anterior, con el firme objetivo de sólo poder ser vista y observada en su elegante estuche, el cual databa también de varios milenios.

Sí, me compartió también el nombre de tan preciada joya: -Ari. -Dicho nombre, sea dicho de paso, en honor a un esbelto y galante príncipe de las tierra más altas del lejano oriente, quién reinó después del fallecimiento de su venerado padre durante más de 60 años. El príncipe Ari, y posteriormente el mas amado rey del reino, fue muy querido por todos sus fieles súbditos por la nobleza de su corazón y el tino para apoyar a los desvalidos en su época.

Una vez que terminó de mostrarme los tres tesoros que me dejaría a cuidar, procedió a cerrarlos con sumo cuidado y a colocarlos en el portafolio, el cual me entregó a continuación para que yo pudiera ponerlo en mi propia caja de seguridad. Una vieja reliquia familiar, pero mucho más segura que las más modernas.

Cuando mí buen amigo se retiró tranquilamente a sus propias labores cotidianas, me quedé pasmado ante la confianza que me demostró al ni siquiera pedirme firmara algún recibo por las tres joyas que me había dejado encargadas. Eso, se podía llamar y entender como confianza y amistad pura.

Tengo que confesarles que durante ese reducido tiempo, tan insignificante como una corta semana que estuvieron a mi cargo dichas obras de arte, sigilosamente y sin que nadie se diera cuenta, las saqué de la caja fuerte y de sus delicados estuches para mí propio deleite y asombro. Las acaricie, jugué con ellas y gocé y tuve a mi cargo o con el mayor gusto y cuidado posible, sin permitir que nada o nadie les hiciera el menor daño. Las atesoré como ninguna otra joya o bien que nadie me hubiera nunca compartido.

Pasada la semana de “cuidados intensivos” que me solicitaron efectuar, mí buen amigo retornó a la oficina y me indicó que ya tenía un poco más de lugar en su propia caja de seguridad, así que me solicitó le devolviera la esmeralda y el diamante por lo pronto, quedándome todavía con la importante labor de seguir cuidando el rubí. Me dijo: -Todavía no hay espacio para el en mi caja fuerte. Por favor síguelo cuidando y guardando en tu cofre de seguridad máxima por mi un poco más de tiempo.

Y, eso, es exactamente lo que hice enseguida. Mi amigo, se llevó el portafolio también.

Mi amigo me comentó antes de retirarse que dicha joya, el rubí, me lo dejaría aun un tiempo más, pero, no me especificó cuanto sería su duración. Pero que, -algún día de estos, -vendría a recogerla también.

Así que, mientras no regrese por el rubí, lo seguiré gozando, eso sí a hurtadillas, saben, mientras mi amigo no venga nuevamente a recogerlo. Y cuando no lo tenga enfrente para jugar con el o admirarlo por su belleza, lo guardaré delicadamente en mí propia caja de seguridad.

Vale la pena mencionar, que ya han pasado más de 10 años y mí amigo, aun no ha vuelto a reclamar el rubí, el cual sigo gozando de vez en cuando, aunque sea prestado por un tiempo muy reducido…

Para Daniela, Alan y Ari con cariño, de su Zeide Jacobo.

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